Los ojáncanos son quizás las criaturas más malvadas que habitan en Cantabria. Se oponen completamente a las anjanas. Si estas son afecto, dulzura, humildad y amabilidad, el ojáncano es odio, ira y destrucción. El ojáncano se alegra de los males de los hombres y disfruta con la destrucción de sus cosas.
Su aspecto es tan terrible como su conducta. Su rostro es redondo de color amarillento y con unas largas barbas de color rojizo. Los cabellos son también de color rojo pero menos intenso. Tiene un solo ojo en mitad de la frente en el que se dice se vislumbra su odio y maldad. Este ojo brilla por la noche como si estuviera al rojo. Se cuenta también que tiene un tiene un pelo blanco entre sus espesas barbas; este es el punto debil del ojáncano ya que si se le arranca este pelo, muere inmediatamente. La voz del ojáncano es a su vez tan terrible como si de un trueno se tratara y suena como un vendaval de invierno soplando en las montañas. Los ojáncanos son tan fuertes que no hay peso imposible de levantar para ellos. Muchos de los árboles caídos a orillas de los ríos cuando hay vendaval los ha tirado algún ojáncano y es que cuando hay viento, se les enredan las barbas y estos enfurecidos descargan su ira con los árboles y con todo lo que pillan a mano. Los ojáncanos se alimentan de bellotas, de las hojas de los acebos, de las ovejas y de las vacas que pastan por donde ellos viven. En alguna ocasión bajan a los valles y roban las panojas de maíz.
Estas criaturas habitan en grutas profundas cuya entrada está siempre disimulada por maleza, arbustos y grandes rocas. Cuando los ojáncanos están aburridos se dedican a arrancar rocas de los montes y a colocarlas en las fuentes, en los atajos o en las puertas de los refugios. Otras veces, estropea los puentes, roba ovejas y destruye el sembrado de los campesinos. Se dice que el ojáncano se puede transformar en un mendigo anciano, cuando hace esto entra en los pueblos y por las noches mata a las ovejas, a las gallinas y a las vacas, destruye los frutos y huye al amanecer antes de que nadie despierte.
El mito masculino, fiero, malhumorado, gigantesco, siempre pensando en malas fechorias, este es la antítesis de la bondad, de la dulzura de la Anjana. Donde ésta pone afecto, recompensa, humildad y regalo, el Ojáncano pone rencor, castigo, soberbia y hurto. El rostro es redondo, de color amarillento, con unas barbas largas y bermejas como una llama, los cabellos son de un rojo menos intenso. Su unico ojo, en la mitad de la frente, relumbra como una candela y está rodeado de unas arrugas pálidos con unos puntitos azules. La voz del ojancano es parecida a un trueno que se oye a lo lejos. Al alba se levanta y empieza a caminar por el monte, con jadeo como el de un osu cansao. Para entretenerse arrastra peñas y las acerca a camberas y brañas donde se guarece el ganado. Tambien tiene la costumbre de estropear las juentis, de romper las tejas de las casas y dejar bojonas a las vacas.
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